lunes, 11 de junio de 2012

Un encuentro en la madrugada

Los encuentros en la madrugada son mi destino. Al menos en parte.

El último día del congreso me tenía pensando en mi regreso y los preparativos para llegar a tiempo al aeropuerto. Estaba cansada, después de varios días de sesiones ininterrumpidas, quería un baño en la tina, un buen vino y dormir a pierna suelta. El día anterior me había desvelado con mis colegas de distintas partes del mundo riendo, bebiendo y (re)descubriendo la soltería cosmopolita.

Coordinó la penúltima sesión, y lo hizo en un italiano perfecto. Lo vi desde el segundo día, pero como no me dirigió la palabra y estaba yo tan metida en mis asuntos, no presté mayor atención. Lo inevitable, debo decirlo, era no pasmarse con su guapura. Ojos azules, alto, delgado, facciones angulosas disimuladas por una suave barba, el cabello castaño claro, casi rubio, ligeramente despeinado y una sonrisa que podría iluminar cualquier momento.

Al acabar su sesión caminó directamente hacia mi. Pensé que quería conversar con mi vecino y me hice a un lado para dejarlo pasar. Se paró junto a mi y me sonrió. Así, sin más. "Hola." "Hola" respondí y sonreí. No recuerdo cuáles fueron las primeras palabras que me dijo, mencionó algo sobre haber visitado mi país años antes y las ganas que tenía de regresar. De un tema pasamos al otro y me propuso que fuésemos a cenar. Yo ya tenía otros planes, pero podríamos vernos después de la cena para tomar una copa. Caminé de regreso al hotel con otros amigos y me olvidé de la cita.

En el lobby del hotel, estando yo de espaldas, me dio un beso en la mejilla y me recordó que teníamos una cita. "Cierto, cierto" respondí. Me pidió mi teléfono, el cual no funcionaba, así que quedó de enviar mensaje con uno de mis comensales, pero no fue necesario. Terminamos yendo a cenar todos juntos y después de la cena, regresamos al bar del hotel a tomarnos -de nueva cuenta todos juntos- una copa. Poco a poco fueron despidiéndose todos, hasta que quedamos Earnest y yo solos. El se sentó a mi lado desde el primer instante, y al final, con todos los lugares vacíos, seguimos sentados juntos. Nos corrieron del bar y decidimos salir a buscar algún lugar en el que poder seguir conversando. Dimos con un bar, de esos típicos de película gringa, con un cantinero joven y conversador, iluminado por luces fosforescentes que decoraban la música a todo volumen de ese lugar en el que se daban cita los habitantes de la zona. Los desconocidos éramos él y yo... y sorpresivamente, nos trataron con hospitalidad.


No fue difícil sentarnos frente a frente, junto a la barra, en esos banquillos altos. Sus piernas abiertas frente a mi, las mías juntas entre las suyas. No sé si él siguió la conversación, supongo que tanto como yo. No dejábamos de vernos y sonreír, beber, sonreír y mirarnos la boca, los ojos. No sé por qué, pero me contuve para no acariciarle las piernas que me tenían inmovilizada para no tener posibilidad de girarme hacia cualquier otro lado. Finalmente, también nos corrieron de ese lugar. No había nada más abierto. Tuvimos que regresar al hotel.

Me tomó de la mano y caminos hacia el elevador. Su piso primero, el mío en los superiores. No encontraba la llave de su habitación. Me acompañaría a la mía. Llegamos al piso 22. Se bajó conmigo en lo que trataba de encontrar su llave... y sin más me tomó por la nuca, me acercó a su boca y me besó. Lo besé. No dijimos más. Llegamos a mi cuarto y la luna nos esperaba de frente, justo a través de la ventana. Nos reímos, nos besamos, pusimos música y seguimos besándonos. Suavemente me quitó la ropa, yo a él. Nos besamos profundamente, sin parar, mientras nuestras manos recorrían y descubrían las curvas y los puntos de encuentro entre nuestros cuerpos. No sé cuántas horas pasaron y cuánto tiempo la luna nos iluminó y atestiguó la exploración. Cómo me excitó que me dijera cosas en distintos idiomas, no entendí la mitad, pero el idioma de su cuerpo, el sudor, la cadencia, su lengua lo explicaban todo. En algún momento nos quedamos abrazados y dormidos, desnudos, cansados, mojados.

Sonó el despertador y tuvo que salir a preparar su maleta. Yo tenía que hacer la mía. Mi vuelo salía en unas horas. Si hacíamos lo que queríamos seguir haciendo... íbamos a perder ambos el vuelo. Quedamos de desayunar juntos. Nos vimos abajo, con el resto de los amigos. No sé si me notaban la alegría y la cachondez. Quería decirle al mundo que esa sonrisa me había iluminado la noche. Se portó amable, igual que yo. Fingimos estar bien, como con los demás. Llegó el momento de despedirnos y lo hicimos. Nos despedimos como colegas frente a todos los demás. Hubiera querido arrancarle otro beso y llevarlo de regreso a la habitación, a la cama. "Hasta pronto" nos dijimos, mirándonos a los ojos y dándonos un abrazo público.

No nos hemos vuelto a comunicar. No sé si pensará en mi. Yo si, lo deseo inmensamente y quisiera explorar lo que me hubiera faltado por conocer. Madrugada inolvidable y encuentro inesperado. La luna lo sabe.

sábado, 21 de enero de 2012

Me desespera que se haga idiota

De veras, me desespera hasta el cansancio. Es una de mis mejores amigas, mujer inteligente sin duda, viajada, leída y guapa. Como muchas de nuestro grupo de amigas, se ha sumado al grupo de las divorciadas y a diferencia de ellas, no tiene problema alguno con sus cuentas bancarias. Le sobran el dinero y los recursos. El divorcio la dejó bien armada y ella, desde antes, tenía su propio dote.

Hace algunos años que se divorció, después de haber corrido a su marido de casa pues él no se compartaba como ella quería. El, debo decir, es un hombre extraordinario. Mi difunto marido solía decir que él era un santo, pues aguantarla era no sólo un reto, sino una verdadera hazaña. Reconozco que con el paso del tiempo le he dado la razón. Ella es adorable, pero su exmarido era la brújula que a ella le daba centro. Esto, por supuesto, ella jamás lo ha reconocido y ama jugar a ser la víctima de todas las circunstancias. Su exmarido, en ese sentido, fue uno más de sus victimarios.

No entiendo qué es lo que le ha sucedido con los años, pero en lugar de verla avanzar, he visto a una mujer cuyos pensamientos y manera de pensar la están haciendo verdaderamente irritante. No asume una sola de las cosas que le suceden y se empeña en hacer a los demás responsables tanto de lo que le pasa como del rumbo que quiere tomar en su vida. Sus preguntas terminan siendo un auténtico juego de palabras en donde lo que en el fondo está buscando es que alguien le diga cómo hacer para pasar sus largas horas y evitar el aburrimiento. Necesita trabajar, estudiar, "hacer algo". Esto lo entiendo, soy igual, pero no me la paso diciéndolo a todas horas y pidiéndole consejo 24/7 al resto de la humanidad. En un principio quise apoyarla, pero debo decir que a estas alturas, ya no.

Me ha acusado de ser mala amiga y poco empática porque no le doy por su lado ni le digo lo que quiere escuchar y ya llegué al punto en que he dejado de escucharla. La quiero y me duele ver como le da vueltas al mismo poste durante horas y asegura que la culpa de su malestar es del poste...

Pues hace algunos meses conoció en casa de una de mis subdirectoras a un hombre encantador, a quién le pondré Arturo para no regarla. Es guapo, muy guapo de hecho, encantador, cosmopolita, simpático, le encanta fumar mota (detalle que conocemos algunas personas y que no hace público), dicharachero, le gustan el buen vino, las mujeres y es casado. A Arturo lo conozco pues se enredó con la hermana de mi exmarido, en algún momento me hizo insinuaciones cuando me separé (quería consolarme en mi soledad) y desde siempre ha estado a punto de divorciarse pues la relación con su esposa es "insostenible". (Desde que nació su primer hijo era insostenible, y el "bebé" ya tiene 25 años....)

Pues en este contexto es que mi querida amiga lo conoce. A ella tenía algunos meses de no verla, la última vez fue justamente un mes después de haber conocido a Arturo, y le vi la carita de borrego atolondrado que le conozco cuando hay un hombre en el firmamento de su vida. ¿Es Arturo? le pregunté, "¡No hay nadie!" me contestó muy resuelta. Pues ahora que he vuelto a verla la encuentro con la misma carita al cubo, sólo que esta vez me dice que tiene claro que no detendrá su vida por él, pero que tiene derecho a saberse deseada y recibir flores, twitts de amor y disfrutar su compañía.

Silencio. ¡Pero cómo eres idiota!pensé y lo que le pregunté fue: ¿Y ya se divorció? No, dice que este año será SU año, se va a divorciar pues la relación con su esposa es insostenible y se está enamorando de mi. (¿En dónde había escuchado eso antes?)

Entre otras cosas le dije que era increíble que a sus cuarenta y tantos años siguiera creyendo en cuentos de hadas y que si podía confiar en un hombre que estando en su situación le declaraba su amor. Igual le dije que llevaba toda la vida diciendo lo mismo y que dudaba que algún día se divorciara y finalmente le solté un "y mira, soy tu amiga y tengo que decírtelo. No seas idiota, a nuestra edad es inaceptable no ver una mentira de esa magnitud y comportarte como si tuvieras quince años. No me vengas con mamadas. Haz de tu vida lo que quieras, pero NO vengas a llorar diciendo que no viste todo lo que te he dicho hoy y que, para variar, te estás negando a ver. Hazte responsable de ALGO de lo que vives y asume tu papel en lo que estás viviendo."

Por supuesto que no le gustaron mis palabras. Se acabó el café que estaba bebiendo sin decir una letra, sacó el dinero de su cartera, lo puso sobre la mesa, las llaves del coche, se levantó y se fué diciendo un casi inaudible: "nos vemos".