Hace tres días sonó mi teléfono y era Salvador. ¿Salvador qué? pensé. Me explicó quién era su padre y que me buscaba por sugerencia de su padre para leerme las cartas. Francamente no tenía mucho interés, ni tiempo, para ello, pero me pareció tan buen rollo que su padre le dijera que acepté la cita.
Llegó a mi casa hoy en la mañana para leerme las cartas. Cuando lo vi sentí una inmensa sonrisa iluminar mi rostro. Qué hombre-muchacho tan guapo. Es joven, indudablemente, pero tiene unas recién inauguradas arrugas que lo hacen encantador. Completamente despeinado, con el pelo rubio y castaño claro, unos ojos azules que destacan por una expresividad y vitalidad increíbles y una sonrisa simplemente fabulosa.
Hola, soy Salvador. Me abrazo y entró a mi casa. Alcancé a decirle, adelante, pasa....
Le preparé un thé verde, aunque le gusta más el blanco que descubrió en China, y nos sentamos en la sala. Debería decir el suelo de la sala.
Debo confesar que no hice caso de la larga, extensa y apasionada explicación que me dio del tarot. No sé qué significan ni el ahorcado ni el muerto ni la reina ni nada más. Lo único que entendí es que ese hombre tiene una vitalidad envidiable, una alegría por la vida fuera de lo común y un entusiasmo por lo que hace que resulta envidiable. Es guapo, claramente viene de una familia culta (no niega la cruz de la parroquia de su padre) y habla de tal forma que da gusto escucharlo.
Sonríe, sonríe todo el tiempo. Posiblemente no hace mucho ejercicio, me imaginé su cuerpo desnudo. Percibí tal vez, una cierta pancita debajo de la playera que traía por fuera de los jeans. La explicación de cada carta iba acompañada de un movimiento de manos permanente. ¿Cómo se sentirían esas manos en mi cuerpo?
Calculé que estaría una hora y media en casa, pero cuando volví a ver mi reloj habían pasado tres horas y media. El seguía hablando y yo seguía observándolo e imaginando cosas que no debería.... Cuando acabó, me tomo las manos y me dijo que tenía yo una fuerza y vitalidad increíbles.
Se despidió diciéndome que esperaba que aquella tirada de tarot me hubiera ayudado. Que si tenía alguna duda no dejase de hablarle y nos abrazamos.
Al salir de mi casa me preguntó si podría buscarme después para conversar de otras cosas, fuera del tarot, la metafísica y conocernos mejor. ¡Claro! Mi respuesta fue moderada y apacible, aunque en mi interior se escuchó un grito que decía: POR SUPUESTO, y no sólo pienso platicar contigo. Te voy a meter a la cama y te voy a lamer cada centímetro del cuerpo, te voy a hacer gemir de placer hasta que no puedas más y te voy a besar hasta que los labios se nos hinchen.
"Claro, llámame cuando quieras. Me dará gusto verte." Estas fueron mis palabras.
Le llamé a su padre para darle las gracias por haberle dado a su hijo mis datos, pero no le dije lo demás. No creo que le hubiera gustado escucharlo.